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sábado, 15 de octubre de 2022

¡DE SOLO RECORDARLO LOS PIES ME DUELEN!

De veras no recuerdo en que año adquirí las deleitables joyas “Face the truth” y "Total control" del prodigio John Norum en el Gong del centro comercial Max Center de Barakaldo, sin embargo, si de que ambos discos del virtuoso noruego me acompañaron fielmente a la sazón, y es que tanto fue así que cuando hube de ir de fin de curso a Salou parando antes en el encantador pueblito oscense montañés Murillo de Gallego iluminado por un sol resplandeciente que estaba situado en una pendiente que infartaba de solo verlo, me las llevé sin miramientos, siendo estas, mis más y mejores consoladoras en que había ocasión de descansar el dolor de pies que me amargó la estancia de una semana desde el primer día. 

Como eran mi prioridad, en lugar de aprovechar la electricidad del hotel Jaime I para cargar la batería del móvil, lo hacía para cargar las pilas recargables del discman que llevaba guardado en la riñonera pareciendo bomba lapa, amén de esto, reconozco que lo mejor de ese maldito viaje que pareció aojado por un vil brujo, fue escuchar ambos discos que me sirvieron de bálsamo, pues la experiencia me fue completamente insatisfactoria salvo de honrosas excepciones, y es que hube el infortunio de deslozarme descendiendo una senda empedrada calzando deportivas nuevas descalcetinado -¡craso error!- luego de que no captara correctamente la orden del calzado que nos impuso el profesor Humberto que hacía las veces de nuestro custodio, antes de encaminarnos al río presidido por unas moles impactantes, que habíamos de descender mediante rafting y kayaks. 

Murillo de gallego.

Para llevar a afecto tal ejercicio, hube de emparejarme con el zote Jason que no se coscaba de ninguna de las directrices que le refería para bogar correctamente, efectuando remazos que no nos servían sino para quedarnos estancados como árboles en la ribera, de modo que advertía parado y frustrado como el resto de acompañantes primero nos adelantaban silbando y al punto nos dejaban tras sí como tristes mojones, lo que indígnome en alto grado e impulsado por la ira que invadía todo mi ser, remé echando los bofes siéndonos inservible, ya que la suerte negra presentose ante nosotros y el kayak zozobró tan presto que caímos al río de suerte que nos hundíamos pensando que la muerte se presentara ante nosotros en cualquier momento, pues la corriente del río nos encauzaba hacia el punto de quiebre de la cascada que indicaba máximo riesgo y la terminación de la propia expedición. Suerte que en aquel momento crítico en el que chocaban mi miedo y mi desnortación, sentí como alguien me asiaba por la parte trasera del chaleco y me arrastraba hacia la orilla del río, conque giré la cabeza a ver por el rabillo del ojo quien rayos era, topándome con la cara del instructor que me causara sensaciones ambivalentes, porque agradecí me salvara, mas condené fuera ante los ojos del resto que no me caían en gracia ya que me dejaba en situación humillante, ¡pesia tal! 

Salvaje río Gallego.

¡Ah, mas esta desdicha, desgraciadamente, fue el principio de un desencadenante de otras!, pues tan pronto como salimos de allá nos dispusimos a efectuar rafting para descender el salvaje río Gallego en balsa, y mi menda que es del tamaño de una mosca, escorado en la misma sin apenas peso para mantenerme ciertamente seguro, en una de esas fuertes agitaciones que causaban las aguas bravas con las que habíamos de lidiar para sortear escollos, pegué un bote tal, que por poco saliera volando como munición de catapulta. Suerte que la otra profesora, Mayer, que también hacía las veces de custodia, me asió del chaleco para que no se propiciara tal revés. Recuerdo difusamente que me sonriera con agrado en señal de calma, lo que agradecí mucho bajo mi capote. Tras esto, fuimos a la pendiente donde antes todo el grupo había dejado los ropajes y nos dispusimos a cambiarnos. Yo, enervado porque el viento ondeaba mi toalla vacilando en descubrir mi verga, intentaba sujetarla aún con los dientes, mas no servía de mucho, que en una de esas, el indiscreto viento la azotó con la fuerza que fuera menester que terminó por descubrirla, conque en el mismo instante en que dime cuenta de tal descuido, al tiempo que intentaba taparme torpemente lo antes posible, el mismo instructor que estaba debajo a unos ochenta metros en la vega del río, dirijiose hacia mí vociferando con cierto gracejo ante todos los presentes: - ¡No os preocupéis, que todos tenemos lo mesmo!-, por lo que dije iracundo bajo mi coleto digiriendo lo referido intentando dibujar una sonrisa amable lo mejor que pudiera: -¿¡es que todo se confabula contra mí!?-, ¡pesia tal!

Después de que nos vistiéramos ocurrió mi gran desdicha, pues llegó el momento de caminar por el maldito sendero empedrado que destrózome los pies, por lo que deseé sentarme en el asiento del bus y que el viaje fuera largo como camino al cielo, mas mi ilusión truncóse en cuanto hubimos de entrar a desayunar un Cola - Cao al bar del pueblo que se encontraba en la falda de la montaña y al rato coger las maletas para ascender la maldita cuesta infartante, y establecernos en unas habitaciones cuyas camas parecían catres de lo muy poco mullidas que se encontraban. En eso fuimos al comedor cuyo encanto medieval me fascinó al instante ya que se encontraba envuelta en luz baja y las mesas eran de pura madera, sin embargo, la carne que hubimos que engullir que era más dura que las piedras, pronto la aparté de un manotazo de mis barbas. No recuerdo como pegué ojos aquella noche, empero sí que al día siguiente hizo un sol infernal que quemóme la nariz como nunca antes, pelándoseme al día después y que padeciendo de vértigo fui incapaz de practicar puenting, de suerte que me senté a contemplar como los valerosos de mi grupo se lanzaban al vacío al grito de "¡yuju!". 

Más de la estancia en Murillo de gallego no recuerdo apenas, así como tampoco si la pérdida de la minúscula onza de costo que valióme mis monedas es cosa de mi imaginación o si por el contrario ocurrió en realidad, ¡bah, a fe que fue lo primero, que la suerte tengo como tirana!

Hotel Jaime I.

Lo que aún retengo en mi memoria es que cuando abandonamos el pueblo oscence y nos montamos en la diligencia a la vuelta de Salou, sentí uno de los placeres más elevados del mundo descansando los pies en tanto que escuchaba alguno de los discos del guitarrista noruego, llegando al hotel Jaime I al anochecer en que al punto de llegarnos, alcé la mirada y encontré en muchos de los balcones asomados a muchos mozos que voceaban y alborozaban como si celebraran el fin del mundo. Con algún mozo intercambié palabras, mas ya no recuerdo siquiera de donde provenía. Cuando dejamos las maletas en las habitaciones cuyas vistas no eran fascinantes ya que no eran sino edificios aparentemente habitados por turistas o veraneantes, Luciano, Esteban y yo, con las ganas imperiosas de que las sábanas acariciaran mis pies, salimos de allá, y a uno de esos tantos asilvestrados cayósele una toalla que intentamos devolvérsela sin éxito manque nos jalearan para lograrlo, pues nuestra fuerza no era proporcional a la altura a la que habíamos de lanzarla. Luego de eso fuimos a deambular por lo aledaños del hotel que estaban desiertos y silenciados, en los que a los pocos metros ya nos sentimos perdidos, andamos por el paseo marítimo Jaime I que también se encontraba en ese estado y cuando tornamos, descubrimos que el resto no había perdido el tiempo en salir de picos pardos, volviendo a horas medias de la madrugada, en tanto que uno de ellos se acercaba estallando una botella al tiempo que vociferaba no sé que zarandajas.

Desconozco si al día siguiente nos tocara dirigirnos a Port Aventura de cuyas tantas atracciones solo me embarqué en cuatro o cinco; una de ellas fue el barco balanceante Kontiki, cual fue una mala decisión ya que padezco de vértigo, si al menos hubiera tomado antes un chupito de tequila como luego hiciera en unas fiestas aledañas de mi pueblo al subirme a una atracción semejante no lo hubiese pasado tan mal, pues sentí subido ahí arriba como millones de conexiones nerviosas hervían en mis tripas y como de un momento a otro podría dispararlas de mi boca. Mas aquello no fue tan castigado como el deambular por todo el entorno que estaba provisto de cientos de caminos que se bifurcaban a otros cientos que desembocaban en multitud de atracciones, ni mucho menos a la excursión por el zoo de Barcelona, para llegar a la cual anduvimos más que cualquier peregrino.

Llegamos a Barcelona a medio día pasando presto en rededor de la Sagrada Familia, la cual impactóme mucho. En bajando del autobús, comenzamos a caminar por una calle que simulaba una de "Las siete calles" de Bilbao en la cual una traviesa paloma vio favorable el cagarme en la cocota, de suerte que cuando sentí la sensación de deslizárseme clara de huevo por la coronilla, llevéme la mano a la cabellera y encontréme con una pizca de sustancia viscosa que eliminé antes de que ningún compañero dierase cuenta de mi infortunio, en eso, obviamente, juré a todos los dioses, pues imaginé lo grande que puediera ser Barcelona a vista de pájaro como para que fueran a caerme, ¡justo a mí! sus restos fecales, ¡pesia tal!

Por tal camino creo nos dirigimos al zoo que también parecióme tortuoso, pues no es espacio reducido y gustándome tanto lo animales, estaba ya tan exhausto que no me interesaba ver ninguno de ellos, si bien es cierto que cuando atisbé al ya difunto Copito de Nieve con su semblante enfadado y me puse ante sus barbas, sentí tanta satisfacción que pensé que ir allá había merecido la pena. Tras salirnos nos dirigimos sin pausa, creo, hacia "Las ramblas", pues el paseo era interminable, al centro comercial Maremagnum que encontrabase situado en el puerto en el cual no tomé ni compré absolutamente nada y que me senté junto a mis dos acompañantes en un Pans & Company a cavilar en que ya faltaban un par de horas para subir a la diligencia a volverme al lugar del que no hube de salir jamás. Cuando terminaron de engullir el bocadillo, creo subimos a la azotea del centro comercial donde, creo recordar, había una discoteca/bar gobernada por una piscina central en la que se escuchaba música discotequera a alto volumen y que la recorrí tan solo una vez. 

Centro comercial Maremagnum.

Lo mejor de todo es que había anochecido y que iba a subirme pronto a la diligencias para escuchar a Norum de la forma que más me agrada, esto es, en el silencio de la noche. Cuando subimos por fin, alborocé bajo mi coleto: ¡al fin, al fin vuelvo a mi dulce hogar!, empero en eso una incertidumbre interrumpió mi alegría y recordé no tenía cargado el móvil con el cual llamar a mis padres para que fueran a buscarme a la parada de autobús de Bergara, a la cual fuimos seis noches atrás para salir hacia Murillo de Gallego, por lo que la moral vinóseme abajo pensando se habían olvidado de la hora a la que tenían que venir en mi busca, suerte que retuvieron la información que les recalqué y llegaron a la hora señalada. Luego de eso, sin despedirme de ninguno de mis compañeros a los que quería desaparecidos, monté en la diligencia, me descalcé aún los calcetines y comencé a alcanzar el nirvana, y cuando paramos para comprar en un centro comercial durangués seguí haciendo lo mesmo, quedeme escuchando placiblemente al virtuoso John Norum en tanto veía caer la lluvia. Después de eso llegamos a casa y fui directo al baño a aplicarme crema en la nariz ampollada y pomada en los pies. ¡Y es que de aquel tortuoso viaje aún conservo las cicatrices de guerra!

¡Ay!, así fue mi desventurado viaje a Tarragona. Lo cual llename de frustración y cierta tristeza pues no pude disfrutar de apenas nada y solo recuerdo desdichas. Y mientras escribo mis desgracias, pienso en vos, S. A.