Las canciones se mueven, en su mayoría, por ritmos calmos al estilo Pink Floyd, cosa que en un primer momento, al propio Lindemann, —pese a estar satisfecho con su fruto—, le generó cierto recelo publicarlo por temor a recibir reprimendas por parte de sus devotos antojadizos que esperan su disco a pedir de boca, pero que luego de ser incentivado por Tiger, cambió de pensar y vio interesante desafiarlos —¡bien hecho!—.
Pues la cosa no les salió torcida, ya que no recibieron lluvia de cantos —¡y yo que me alegro!—. Yo mesmo lo disfruto muchísimo, puesto que me sume en estado hipnótico, y es que desde que me topé por serendipia con la portada que bien resume el sonido interior, y es realizada por el gran ilustrador surrealista Max Löffler que parece extraída del epígrafe de Star Wars, y lleva impresa nuevo blasón de fachada imponente, inferí que la experiencia sería cautivadora.
Ahora bien, cierto es que cierta predisposición se requiere para escucharlo, pues su larga apertura instrumental The lonely child de aura sideral, y varias piezas que se despliegan sobre mantos cósmicos a partir de la quietud, lo reclaman. En este grupo de acá se encuentran (I won't leave You) Rosi, cuyo inicio parte de un punto inamovible que desemboca en cambio de movimiento veloz —¡pura clase!—, The world is standing Still —delicioso ambiente jazzero a partir de 02:03, punteos celestiales mediante—, The Flat earth theory y Peculiareality, que son tan estáticas en su transcurrir que a buen seguro serán tildadas de conduermas por los simples, y que por mi parte reciben el aprobado por lo fascinante de su elegancia embriagadora, y Black spring rising, que sella la obra de forma desnuda, melancólica y espiritual.
Asimismo, como contrapunto están Eternal light, que entraña una línea de bajo genial, y un ritmo y despliegue instrumental bañado en ácido perfecto —¡cómo se me adhiere a la cocorota la muy maldita!—, Everything is changing, una especie de mediotiempo en forma de "canción de cuna" perfectamente desarrollada e interpretada por Christoph, I fly among the stars, de entrada misteriosa —¡esa batería, Tiger!—, nudo concupiscente ciertamente jazzero y punteos muy Gilmour —¡pura delicia!—, y Unnaturally strange(?), que irrumpe con una línea de bajo exquisita de Dragon y ritmo irresistible con cierto aire del oeste —¡cosa magnética!—.
Cosa tal, cuya producción retro es acertada, las hechuras son de clase y me agrada como esta vez la voz singular de Christoph suena en ocasiones como ratón a punto de roer quesejo, me fascina. Será de ver hacia donde se dirigirán en el futuro, ahora que la libertad creativa tienen como uno de los preceptos principales.
Molto bene, Kadavar!
MÚSICOS
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